Jerez. Cuando el Martes Santo refrenda la fe de un barrio
Por veces descubres mejor la idiosincrasia de la ciudad en esta tarde de renuncia y plateresco. La expectación se arremolina como un ciclón de piedades. Andas la prisa que no tienes y desandas la impaciencia que sí te embarga. El Martes Santo se estremece en San Mateo, según reza el antiguo recorte de prensa -ya amarillento, ya color sepia- de los recuerdos de tu niñez pero el Martes Santo también se estremece -de pura renovación- por los arrabales de El Polígono. Cuando llegas, con la lengua casi besando el asfalto de la plenitud, el público ya comienza a orillear las aceras del templo. Aquí subsiste una avenida de autobuses circulando a diario y de exámenes acechando cada mes de junio. Aquí coexiste los vecindarios de El Almendral, la buena gente de San Ginés, los matrimonios de Monte Alto. Una ramificación de la sociedad cristianizada por amor a Dios. Una confluencia de clases sociales arracimadas según la nobleza de la túnica blanca.
El interior del templo es una acuarela de emociones inminentes. Una dócil predisposición a la penitencia. Una cuajada de disciplinada compostura. Un haz de luz. Una solidaridad fraternal. Jóvenes y mayores entremezclados a golpe de anonimato. Se saben estos penitentes ascuas de Fe, sintagma de testimonio, árbitros de la religiosidad popular. No suplantan ninguna falsedad. No cacarean ninguna falsilla. No menosprecian ninguna apostilla. Ninguna apostilla valedera -naturalmente- para evangelizar los cimientos del siglo XXI. No juran en balde, no perjuran en jofaina descascarillada. Porque son hijos de la clemencia. Escribamos correctamente el término, con sus mayúsculas y con sus énfasis: hijos de la Clemencia. Una Clemencia con letras capitulares.
Allí está José Luis Bernal Torres, el descendiente de aquel gran artista de ágil y virtuoso trazo que fuera José Luis Torres (¿qué no jerezano de los años cincuenta recuerda a este dibujante exquisito de punteado sublime y nariz porrona?). Está Dionisio, el Hermano Mayor, el joven Hermano Mayor dispuesto y predispuesto a todos los últimos detalles. Allí, aquí está Eduardo Biedma, preparando a sus hombres de la trabajadera, a sus cargadores de la medida y la gracia, a sus forjadores de ensueños, a sus labradores de hombros dulces, a su oradores en penumbras, a sus obradores de la sombras, a sus apóstoles del sudor en la frente y el esfuerzo ilimitado.
El barrio espera a las afueras. La cofradía comienza a formarse. Son pocos, ya, los que aparecen desprovistos de antifaz. El antifaz, para los nazarenos de la Clemencia, no representa ninguna tapadera, ningún ocultamiento, ninguna relegación. En San Benito nadie se esconde. Lo sabe el Jerez del Martes Santo. Lo sabe la ciudad entera. Lo saben los chiquillos de las inmediaciones. Lo saben las madres de las aproximaciones. Lo sabe todo quisque, todo procomún. Lo sabe el más pintado y el menos pintoresco. Lo sabe el sol y el aire. Y la cruz de los tiempos. Y lo sabe también la ilusión desbordante que propulsara a unos jóvenes -años ha- a fundar una cofradía de catequesis y caridad, de impacto y aglutinación, de perseverancia y Evangelio.
Ves al Señor de la Clemencia y te replanteas muchos conformismos, muchas comodidades, muchas relajaciones. Nada es secundario en los asuntos de Dios. Evangelio, catequesis, empeño, igualdad, contagio, cercanía, silencio. Ésa -y no otra- es la lección magistral de la cofradía de la Clemencia: la intelectualidad de la razones de la Fe. Ésa será por siempre su divisa, su distintivo de calidad y su seña de identidad. Una cruz enorme se alza entre los brazos de un nazareno cualquiera. Las filas están alienadas, los tramos formados, la cera encendida. Es Martes Santo en Jerez. Un Martes Santo que también se estremece en San Benito, como lo hiciera en San Mateo desde la nostalgia color sepia de los recortes de prensa de la niñez. El murmullo de las afueras preludia la sacudida del gozo.
Informa: Jerez Información
El interior del templo es una acuarela de emociones inminentes. Una dócil predisposición a la penitencia. Una cuajada de disciplinada compostura. Un haz de luz. Una solidaridad fraternal. Jóvenes y mayores entremezclados a golpe de anonimato. Se saben estos penitentes ascuas de Fe, sintagma de testimonio, árbitros de la religiosidad popular. No suplantan ninguna falsedad. No cacarean ninguna falsilla. No menosprecian ninguna apostilla. Ninguna apostilla valedera -naturalmente- para evangelizar los cimientos del siglo XXI. No juran en balde, no perjuran en jofaina descascarillada. Porque son hijos de la clemencia. Escribamos correctamente el término, con sus mayúsculas y con sus énfasis: hijos de la Clemencia. Una Clemencia con letras capitulares.
Allí está José Luis Bernal Torres, el descendiente de aquel gran artista de ágil y virtuoso trazo que fuera José Luis Torres (¿qué no jerezano de los años cincuenta recuerda a este dibujante exquisito de punteado sublime y nariz porrona?). Está Dionisio, el Hermano Mayor, el joven Hermano Mayor dispuesto y predispuesto a todos los últimos detalles. Allí, aquí está Eduardo Biedma, preparando a sus hombres de la trabajadera, a sus cargadores de la medida y la gracia, a sus forjadores de ensueños, a sus labradores de hombros dulces, a su oradores en penumbras, a sus obradores de la sombras, a sus apóstoles del sudor en la frente y el esfuerzo ilimitado.
El barrio espera a las afueras. La cofradía comienza a formarse. Son pocos, ya, los que aparecen desprovistos de antifaz. El antifaz, para los nazarenos de la Clemencia, no representa ninguna tapadera, ningún ocultamiento, ninguna relegación. En San Benito nadie se esconde. Lo sabe el Jerez del Martes Santo. Lo sabe la ciudad entera. Lo saben los chiquillos de las inmediaciones. Lo saben las madres de las aproximaciones. Lo sabe todo quisque, todo procomún. Lo sabe el más pintado y el menos pintoresco. Lo sabe el sol y el aire. Y la cruz de los tiempos. Y lo sabe también la ilusión desbordante que propulsara a unos jóvenes -años ha- a fundar una cofradía de catequesis y caridad, de impacto y aglutinación, de perseverancia y Evangelio.
Ves al Señor de la Clemencia y te replanteas muchos conformismos, muchas comodidades, muchas relajaciones. Nada es secundario en los asuntos de Dios. Evangelio, catequesis, empeño, igualdad, contagio, cercanía, silencio. Ésa -y no otra- es la lección magistral de la cofradía de la Clemencia: la intelectualidad de la razones de la Fe. Ésa será por siempre su divisa, su distintivo de calidad y su seña de identidad. Una cruz enorme se alza entre los brazos de un nazareno cualquiera. Las filas están alienadas, los tramos formados, la cera encendida. Es Martes Santo en Jerez. Un Martes Santo que también se estremece en San Benito, como lo hiciera en San Mateo desde la nostalgia color sepia de los recortes de prensa de la niñez. El murmullo de las afueras preludia la sacudida del gozo.
Informa: Jerez Información
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