Jerez. Cuando la tarde se hizo cautiva de amor a los pies del Calvario
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La collación de San Juan tiene un algo de especial, un aura mágica, en la que la luz parece tamizarse distinta todos los días del año, al abrigo de la recia espadaña que desde San Juan de los Caballeros cobija los guiños a la historia, embrujado su espíritu por el alma que desde el convento de las «monjas de gracia» presta a sus rincones la magia de lo eterno y el sabor de lo atávico. Pasear por aquel viejo barrio durante cualquier día del año, es un regreso a lo más profundo de nosotros mismos, aquello que nos late tan dentro, que alcanza la obligatoria necesidad de aflorarnos al menos una vez, precisamente cuando blancos capirotes surgidos de un convento, llenan los aires y espacios con el rigor de las penitencias. Por eso amanece distinto siempre cuando llega el Martes Santo, y por eso ayer, la tarde volvió a cuajarse de sentidos cuando la Cruz de Guía de la Hermandad del Amor asomó su hechura a la calle, para impregnarse de deseos que llevaban el anhelo de una feliz y fructífera estación de penitencia. Santa Rita fue de nuevo inicio de una anhelada partida, que por la capilla de la cofradía alcanzó tintes de verdad suprema, cuando los llamadores regresaron a su cita con los tiempos, y los pasos comenzaron a derramar las íntimas esencias que las tres imágenes titulares regalaron a todo el pueblo de Jerez. Fue primero el paso del Señor Cautivo el que comenzó a desmontar la teoría de los espacios, porque según la forma de ver salir la cofradía desde la calle, la sensación de que ambos pasos no entran en el templo, es o grande, o todavía más grande. Por eso sobrecoge tanto la voz de Juan Vega, quien con órdenes precisas se encargó un año más de obrar el milagro desde la delantera, haciendo posible entonces que pudiésemos apreciar, de una parte, que la Hermandad sigue afanosa en la tarea de concluir este primer paso, ayer tallado otro de sus costeros, y de otra, cómo ha cambiado la estampa del Cristo luciendo nuevo juego de potencias, realizadas en el jerezano taller de Ildefonso Oñate. Así salió el paso a la calle, acompañado por los sones de la banda de San Juan, cuando el reloj comenzó a buscar las siete y cuarto, y anunció entonces que tocaba ver de nuevo en Jerez a la Virgen de los Remedios, otra vez bajo palio de celestes, aguardando, como aguardamos todos por aquí, que de nuevo luzca preciosa cerrando la cofradía, como alguna vez ya la vimos en los setenta, cuando era San Juan de los Caballeros sede de la cofradía, o Juanelo arcángel que la cuidaba. Por eso, mientras no llega esa hora, fue que de nuevo nos quedamos con el Calvario del Amor rompiendo valiente el aire, sostenido en el sibemol de unas notas con sabor a Triana los abrazos a unas emociones que siempre son epicentro a muchas cosas el Martes Santo, mientras las cornetas desgarraban la noche, abierto de par en par el caudal de los suspiros. Y es que la hermandad del Amor atesora en su patrimonio inmaterial el estilo que los años le fueron conformando, mezcla donde tan de verdad puede ser un nazareno que eleva el cirio al cuadril, como el costalero que avanza de frente al son de la música que suena por el Maestro crucificado. Por cierto, que hablando de música, hacemos un guiño al detalle que la cofradía tuvo con el desaparecido y siempre recordado Pepe Reganzón, fundador de la primitiva banda de San Juan, hoy brillante agrupación musical, cuyos hijos ocuparon privilegiado lugar en la salida de la capilla, en el recuerdo de quien para todos siempre fue Pepe el guardia. Descanse en Paz.
Informa: La Voz Digital
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