Jerez. Siempre Diego Conde en la memoria del Transporte
Amaneció pronto el Domingo de Ramos junto a la Patrona, ya que siempre hay misa a las ocho bajo su camarín, y ya entonces se adivinó por calle Merced, y también por el Popeye, entre cafés con leche y tostadas, que la de ayer sería una buena jornada de inicio a la semana más esperada por todos los cofrades. Sol en lo alto, y calor, pero sin exageraciones, para hacer del inicio de la Pasión, símbolo de cómo la primavera campa a sus aires en esta bendita ciudad. Y así fue que dieron las cinco y cuarto en las manecillas, y así fue que la Hermandad del Transporte se echó a la calle echando de menos aquel azahar inconfundible que siempre vivió en aquella solapa, y a las órdenes por última vez de quien ha sido alma y guía de la cofradía durante más de tres lustros, el amigo Paco González, quien ayer recogió entre lágrimas a su guapa morena de la Misericordia, recordando el homenaje sorpresa que hace dos semanas le brindaron sus hermanos de corporación al entregarle la insignia de oro y brillantes del Transporte. Golpe de estado a la amistad, de esos que se notan cuando las cofradías pasan al amparo del buen gusto, como el que derrama el paso donde Jesús intenta buscar Consuelo ante el desprecio de Herodes y sus gentes del palacio. Una talla que conserva el aire inmortal de las gubias del diecisiete, la que dicen algunos, es la mejor imagen cristífera de cuantas procesionan en la ciudad, afirmación que sin analizar en profundidad, cobra vigencia cada año cuando los balcones de calle Nueva vuelven a coquetear con los guardabrisas del misterio. Inmensa la estampa del pasocristo desembocando al Arco, todavía con mucho sol en lo alto, como grande igualmente el comienzo de la vuelta, con la Hermandad transitando por aquellos rincones especialmente íntimos, como Peones, Carpintería Baja o Tornería. Y lo mejor, como en las Bodas de Canaá, llegó al final, cuando tras todo lo que de rumor y bullicio acompañaba al Señor, llegó el palio, delicada flor en medio de un jardín con romero del Coto, donde la belleza volvió a ser susurro y suspiro, canción y metáfora, para enamorar de nuevo a los corazones solitarios que de la nada crean cada año columnas de pasión. ¿Se puede acaso soñar con dolorosa más bella? Estrenaba además su paso ayer la restauración y enriquecimiento de las caídas de palio, obra del bordador Ildefonso Jiménez, lo que prestó más luz si cabe a la luz que irradian esos dos ojos benditos, los que aún parecen guardar el encanto de aquella novicia ante la que Sebastián Santos dibujó trazos de filial nostalgia. Un palio de los que se disfrutan de día, cuando la tarde se filtra entre las mallas de sus bambalinas, y ya de noche, cuando es al revés, María, la que reparte de su gracia en forma de fuego, cual Pentecostés reflejado en la cal de las calles estrechas. Así nos pasó un año más la Virgen por en medio de las almas, la que rompe los postigos con su hechizo de gitana. La rosa guapa y temprana. El abrazo a los amigos, el consuelo a los castigos, y la lumbre en el fanal. Virgen flamenca y cabal, con un rumor de monjita, la que venció por bonita, al Pecado Original.
Informa: La Voz Digital
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